La juventud,
que es sustancia de lo que viene, que por ebullición es la más capacitada para absorver el medio, tiene que gritar necesariamente. ¿Si no grita la juventud, quién grita? En cualquier punto de este continente hay que gritar hasta enrojecer la garganta.
La juventud
es el alma del pueblo. ¿Por qué usar una metáfora lavada? Porque lo poético nos circunda, y no reside solo en los versos de los poetas que escriben poesía. (Los hay no poetas que escriben poesía y los hay poetas que no escriben). Reside en la calle, en el trabajo, el bar, la pizzería, el parque, la televisión (televisión es una palabra que habría que dinamitar. Escribirla gigante en un espacio abierto y dinamitarla. Y no televisarlo. Y después rebautizarla. Y empezar todo de nuevo. Darle otra noción, otro contenido, otra precaución de consumo), en la información excesiva de internet, donde ves pibes entusiasmados poniéndose remeras que combaten ideológica, social, cultural, políticamente el período en que les tocó crecer.
La juventud
es una pata con la que ellos no cuentan. Sobre todo se ve una irreconciliación en los representantes políticos y mediáticos que supieron articular un discurso progresista y en tiempos de leves inclinaciones devinieron en reaccionarios con barba o sweater aburrido, sosteniendo aquel discurso, evidenciándolo cáscara y no erupción. Ahí es cuando se puede ver un tipo al que se le mojó la pólvora prendiendo fósforos en la oscuridad.
La juventud
habrá de hacer un ejercicio crítico constante, cada vez más complejo, mientras gana terreno armando la jugada. El discurso móvil, permeable se irá constituyendo en acciones y apreciaciones. Acaba de empezar a funcionar la maquinaria de una generación.